- Querida mamá, te escribo desde estas lejanas tierras para que sepas que estoy bien, tanto de salud como económicamente. Por fin mis estudios en ingeniería dieron sus frutos. Camila está chocha con su puesto de traductora en las oficinas de las Naciones Unidas. Y la verdad seguimos enamorados y re felices. Pero mas allá de que acá estoy muy bien, el otro día, aunque parezca increíble, viajando en el tren a mi oficina, un muchacho que iba al lado mío se puso a escuchar su i-pod y de allí, desde su auricular, pude escuchar un bandoneón, si, si, un bandoneón, el muchacho iba escuchando un tango, ¿no es increíble?, Y de repente sentí un no se que, una extraña sensación, imágenes, vos cocinando, el limonero del fondo, y la medianera con la casa de Doña Melisa, ¿Cómo anda la vecina?, cuanto me acuerdo de ella. Y de la hija, me pasaba horas y horas mirándola, ¿sigue estando como para partirla como a un queso?, porque era dueña de una soberana cola, digna de una parrillada para ocho, y las bombachas,, me encantaba ver como colgaba las bombachas, una vez me cruce la medianera para robarme una, con la idea de frotármela, pero al final me la probé, y me gustó como me quedaba, pero me dio cosa y fui a contarle, y de paso le pedí prestado un corpiño, zapatos, una pollera, medias largas y una musculosa con un corazón. Y ella me maquillo y me pinto los labios, cosas de chicos, teníamos 27 años, ese día salimos juntos, y nos levantamos dos chongos, nos llevaron a su casa, nos pasamos la noche tomando ginebra en una noche desenfrenada de alcohol y sexo del bueno, gritando como animales, hasta que llego la policía y nos llevo por averiguación de antecedentes. Bueno, no me quiero poner melancólico, que se yo, es solo un recuerdo que viví con la gente de mi barrio, pensar que acá hace cuatro años que vivo y no conozco a los vecinos, ¿ves?, parece que lo tengo todo, pero me faltan pequeñas cosas,
miércoles, 18 de agosto de 2010
Postales con nostalgia
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